En la última década, la clínica de pequeños animales ha debido enfrentar enfermedades complejas, nuevas tecnologías diagnósticas y la creciente medicalización de los animales de compañía. Sin embargo, pocas amenazas han sorprendido tanto al sector como la irrupción de un fenómeno importado directamente de la sociología humana: el traslado del discurso antivacunas de la salud humana al ámbito veterinario.
Este proceso -conocido en la literatura como Spillover Effect- describe cómo el escepticismo hacia las vacunas en personas, amplificado por la pandemia de COVID-19, ha permeado la relación de los tutores de animales de compañía con la vacunación de perros y gatos.
Sin embargo, la vacilación vacunal canina no se explica por experiencias veterinarias negativas, sino por ideologías y narrativas que provienen del debate sobre vacunas humanas.
El mito del “autismo canino”: un caso extremo de antropomorfismo
Hay personas que creen que las vacunas podrían causar autismo en perros. Este miedo carece de cualquier sustento clínico, fisiológico o epidemiológico, y ha sido desmentido de forma explícita por organismos como la British Veterinary Association (BVA) y la American Veterinary Medical Association (AVMA). Ambas instituciones coinciden en que:
- El autismo no es un diagnóstico reconocido en medicina veterinaria.
- No existe un mecanismo biológico plausible que vincule vacunación con trastornos neuroconductuales en animales.
Este fenómeno representa un antropomorfismo patológico: los tutores proyectan miedos humanos.
“Una Salud” en riesgo: la rabia como recordatorio contundente
La vacilación vacunal no solo compromete a un individuo; compromete a toda la comunidad. En un marco de Una Salud, reducir las tasas de vacunación por debajo de los niveles recomendados puede reabrir la puerta a enfermedades controladas o erradicadas.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) coinciden: para garantizar la inmunidad de rebaño, la cobertura vacunal debe mantenerse en al menos el 70% de la población canina.
Enfermedades como Parvovirus, Moquillo (Distemper) y Hepatitis infecciosa siguen teniendo circulación en la región, y dependen críticamente de altos niveles de vacunación para mantenerse bajo control.
La respuesta veterinaria: evidencia, comunicación y personalización
Frente a este panorama, la profesión veterinaria ha afinado su estrategia. La imposición nunca ha sido un camino eficaz; la educación empática y basada en evidencia, sí.
Las guías de vacunación de WSAVA han demostrado ser una herramienta crucial. Al distinguir entre:
- Vacunas Core (esenciales para todos los perros: Rabia, Distemper, Parvovirus y Adenovirus)
- Vacunas Non-Core (indicadas según entorno y estilo de vida)
Al respaldar los intervalos trianuales para las vacunas esenciales en adultos, el sector envía un mensaje claro: la medicina preventiva moderna no busca sobre-vacunar, sino vacunar correctamente.
Este enfoque transparente contribuye a reconstruir la confianza y desmontar la idea -a menudo impulsada en redes sociales- de que la vacunación sigue un interés económico y no científico.
La crisis de confianza como desafío sanitario
El movimiento antivacunas en animales de compañía no es una curiosidad sociológica; es una amenaza real a los avances logrados en control de enfermedades infecciosas. Para los veterinarios, el desafío actual no reside únicamente en la técnica clínica, sino también en la capacidad de comunicar ciencia en un mundo saturado de desinformación.
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