La inteligencia artificial (IA) está comenzando a transformar la medicina veterinaria en todo el mundo, y Argentina no es la excepción. Lo que antes parecía un recurso lejano hoy se materializa en herramientas que ayudan a diagnosticar, predecir y gestionar la salud animal con una precisión y eficiencia inéditas. Desde aplicaciones que anticipan enfermedades en gatos o sugieren terapias personalizadas para perros con cáncer, hasta sistemas que reducen la carga administrativa de las clínicas, la IA ya marca una diferencia en la práctica diaria.
A nivel internacional, tecnologías como RenalTech -que anticipa insuficiencia renal felina con hasta dos años de antelación- o sistemas de detección temprana de cojeras en ganado mediante imágenes térmicas, muestran el potencial de la IA para la medicina veterinaria. También se multiplican los softwares de apoyo al diagnóstico oncológico o las plataformas de registro inteligente que permiten diseñar tratamientos personalizados.
Estos avances fueron el eje del Symposium on Artificial Intelligence in Veterinary Medicine (SAVY 2.0), realizado en mayo en la Universidad de Cornell, que reunió a investigadores, clínicos y tecnólogos de más de 20 países. El encuentro subrayó la importancia de la inclusión en la construcción de un ecosistema digital global.
Se discutieron aplicaciones que van desde la medicina de animales de compañía hasta la salud silvestre y la producción pecuaria. También se puso sobre la mesa un tema clave: la calidad y accesibilidad de los datos, que muchas veces condicionan la precisión de los algoritmos.
La IA ofrece beneficios claros: diagnósticos más rápidos, predicciones más confiables, gestión clínica más eficiente y una mejor experiencia tanto para veterinarios como para tutores. Sin embargo, los expertos advierten que aún falta avanzar en regulación, ética y gobernanza.
La IA en medicina veterinaria refleja tres dimensiones esenciales: innovación, por los avances tecnológicos que ya están cambiando la práctica; inclusión, al conectar profesionales de distintas regiones y niveles de desarrollo; e impacto, que se manifiesta tanto en la calidad del servicio clínico como en los dilemas éticos que exigen un debate urgente.
La clave estará en garantizar que estas herramientas potencien —y no reemplacen— la sensibilidad, el criterio y la responsabilidad del médico veterinario.